David Lynch atraviesa la cortina roja
- Ismael Martin
- 17 ene
- 4 Min. de lectura
Poco a poco todas las figuras que han generado una cantidad ingente de aficionados al cine están dejando este mundo, y este enero de 2025 David Lynch ha partido, dejando un hueco tanto en el cine más underground como en el comercial difícil de rellenar.
La filmografía de Lynch es tan fascinante como complicada de comprender. Siempre ha utilizado narrativas con un corte muy onírico para expresar sus ideas, mezclando realidad y sueño con una habilidad maestra. Se ha convertido en un referente del cine contemporáneo y también un revolucionario de la manera de crear series de televisión con la que es posiblemente su obra más reconocida: Twin Peaks.

Generador de pesadillas
Comenzó en el cine independiente, un área que nunca abandonaría, con una película que deja clara su manera de hacer cine: Cabeza borradora consigue mostrar la paranoia de un modo magistral, mezclando imágenes y sonidos perturbadores que aturden al espectador. Unas intenciones que seguiría puliendo hasta alcanzar una densidad muy difícil de entender con su último largometraje oficial: Inland Empire.
Su bloque central de largometrajes, donde lo cotidiano y lo irreal se funden, son películas cargadas de simbologías y varias capas de lectura. Terciopelo azul, Corazón salvaje y Twin Peaks: fuego, camina conmigo son largometrajes que necesitan de varios visionados para llegar a un posible razonamiento y entender qué está contando, sobre todo la incomprendida película de la serie de televisión, que es precuela y secuela a la vez, y que en un primer visionado puede causar rechazo.
Sus dos obras más famosas, Carretera perdida y Mulholland Drive, quizá son las más redondas y accesibles, no fáciles. La primera es un neo-noir, donde nada es lo que parece, ya que es el lugar donde la fusión de lo auténtico y la proyección de la realidad nacida de la mente es la más pura y difícil de discernir; y la otra utiliza el recurso de cine dentro de cine para crear toda una realidad paralela, complicada de ver de primeras, además de tener una secuencia que es puro terror. Nadie filmaba el terror como Lynch.
Contador de historias humanas
No todos los directores son capaces de cambiar de registro como lo hace este realizador, capaz de ofrecer unas historias que rezuman humanidad y melancolía incompatibles con lo extraño del grueso de su obra.
Ya en su segundo largometraje, El hombre elefante, demostró que si quiere puede ser un director "convencional". La historia real de John Merrick, un hombre que sufrió graves deformidades y que fue objeto de rechazo y repulsión por la sociedad de finales del siglo XIX, narrada en un exquisito blanco y negro, nos la cuenta el director con una sensibilidad magnífica, haciéndonos partícipes del sufrimiento del personaje al ser mostrado como monstruo de feria y de la luz que ve cuando un doctor le reconoce como un igual e intenta operar su maltrecho cuerpo.
Otra historia real es la que cuenta en Una historia verdadera, donde nos hace acompañar a Alvin Straight, un octogenario que se monta en una máquina cortacésped para recorrer los 500 kilómetros de distancia que lo separa de su hermano enfermo. Durante la travesía el protagonista conocerá personas que son utilizados para contar que la vida al fin y al cabo es absurda, que las pequeñas cosas son las que importan y que al llegar a una edad se está más cansado pero mucho más lúcido sobre el sentido de la vida.
David Lynch fue el primero en llevar a la pantalla la novela Dune, con resultados bastante discretos, pero que con los años se ha vuelto una película de culto, tanto la versión cinematográfica como la versión extendida que se puso en circulación hace algunos años.
Twin Peaks
Esta serie de televisión merece un apartado solo para ella. La obra más famosa para el gran público, llevó a otro nivel el medio, dejando de lado la narrativa de episodios auto conclusivos por una trama central que se va desarrollando conforme avanza la historia.

El misterio de quién mató a Laura Palmer se convirtió en pieza clave de la cultura pop, con esa escena inmortal del descubrimiento del cadáver, recubierto en plástico ha sido referenciada hasta la saciedad. Un misterio que no deja de ser un Macguffin para mostrarnos un pequeño microcosmos de personajes extraños y fascinantes, marca de la casa Lynchniana, y con visitas al mundo onírico ubicado en un espacio rojo brillante donde se desvelan pistas para descubrir al asesino, mientras el culebrón típico de las series también se va desarrollando.
Durante los años 1990-1991 los espectadores estuvieron pegados a la pantalla, fascinados por ese pueblo tan cautivador, cuyo final abierto enfadó a más de uno. Y en 2017 David Lynch estrenó una tercera tanda de capítulos que no dejó a nadie indiferente. El director no puso las cosas fáciles, el onirismo y doble lectura engulló la parte más accesible y esta tercera temporada, con algunas pequeñas maravillas conceptuales, no contó con el apoyo de la audiencia, siendo objeto para el fanático incondicional del director.

Se fue una de las figuras del cine moderno. Y el cine queda huérfano de una de las voces más personales que ha tenido
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